sábado, 9 de enero de 2010

CON LA MANO SOBRE LA BIBLIA

El tema que pretendo analizar en este escrito resulta en la actualidad muy polémico debido a la creciente tendencia de los diferentes grupos sociales, a desdibujar la línea moral que limita lo que por tradición histórica se considera como bueno o correcto y lo incorrecto o despreciable y que se ha tomado falsamente en los últimos años como evolucionismo o prolongación de las libertades fundamentales del hombre.
Comienzo por recordar que en la ceremonia de juramentación de jefes de Estado, altos dignatarios de gobiernos e incluso en las vistas de los tribunales de justicia en la mayoría de las cortes del mundo, se le pide al candidato o al testigo que coloque su mano sobre la biblia en señal de respeto y cumplimiento de los mandamientos de Dios en las Sagradas Escrituras. Este gesto no es una mera costumbre vacía. Es una acción que ejemplifica la humildad y el acatamiento de una persona de fe formada, hacia los postulados evangélicos y su consecuente lucha por vetar o anular drásticamente, cualquier ley, decreto o declaración oficial que sin eufemismos o falsas justificaciones, se destaquen como anticristianas o sacrílegas.
Si este escrito les parece que se torna demasiado canónico, no hay que olvidar que todo comienza con la mano sobre la biblia.
Este preámbulo me sirve como base de apoyo para emplazar mis armas literarias contra aquellos parlamentarios que en varios países del mundo, han dado su voto positivo al matrimonio antinatural de personas del mismo sexo. Es cierto que la vida política de una nación democrática no está regida ni le debe obediencia a organizaciones religiosas de ningún tipo, pero la política y la estructura de gobierno están insertadas en la sociedad como lo están también la fe y la tradición cristianas, musulmanas o de cualquier religión y sin sociedad no puede haber ni religión ni mucho menos gobierno.
El matrimonio por lo civil no es un matrimonio por el diablo a diferencia del matrimonio por la Iglesia. Contraer matrimonio por la vía civil, no es más que asumir responsabilidades para con la familia, la sociedad y la prole que ha de venir como fruto. Algo no muy diferente es el sacramento del matrimonio sólo que en la Iglesia se persigue que este sacramento sea mucho más que un contrato legal.
¿En qué versículo bíblico basan los parlamentarios o jefes de Estado sus argumentos, para aprobar decretos y leyes que permitan la unión matrimonial entre dos personas del mismo sexo? ¿Estos mismos que una vez pusieron su mano sobre la biblia como muestra de sumo respeto por la Palabra de Dios?
Si estas aprobaciones son el resultado de constantes reclamos de comunidades homosexuales, entonces surge otra pregunta: ¿Qué fin persiguen estas comunidades además del derecho a heredar el patrimonio del cónyuge? De hecho las leyes nunca han obstaculizado la convivencia de parejas homosexuales por lo que no habría sido necesaria la aprobación de semejantes leyes. Además de una realización personal y de un estatus legal, la respuesta indica que la finalidad de un matrimonio legal entre homosexuales conlleva al “derecho” de adopción de niños.
La aberración sexual más insólita de los tiempos modernos, es la aprobación de leyes que permitan que personas casadas del mismo sexo reclamen la adopción de un niño o niña sin sentir ni una gota de vergüenza.
Existen niños que se han criado con su mamá soltera y con una tía en la misma casa durante toda su infancia y no por eso son homosexuales. También existen niñas en el menor de los casos, que se han criado durante muchos años con su papá solamente y también son heterosexuales. Pero el caso que nos ocupa es un tanto diferente. Un matrimonio de homosexuales siempre tendrá la tendencia a demostrar cariño con gestos que para ellos son normales e inofensivos y aunque tengan la buena intención de no forzar la inclinación sexual del adoptado por ser un menor, el niño o niña irá absorbiendo como la esponja el comportamiento de los padres adoptivos y al llegar a los primeros años de la adolescencia, tendrá plena aceptación (o confusión) de que es lo mismo casarse con una persona del sexo opuesto que con una del mismo sexo. Es decir, se pierde por reflejo condicionado el sentido moral.
Todas las personas defienden la moral por la parte que más les conviene. Todos aceptan que un depredador sexual debe ser encarcelado por muchos años por violar a una menor. El daño psicológico en una violación es severo pero superable casi totalmente porque se efectúa en contra de la voluntad del menor, pero el daño psicológico en un niño que se cría al amparo de un matrimonio homosexual llega a ser insuperable por la pérdida del sentido moral.
Si las leyes consideran como abusos sexuales ejercer actos sexuales sobre el cuerpo de un menor o tocarlo maliciosamente, también es abuso sexual manifestar inclinación sexual entre dos homosexuales delante de un menor.
Los primeros van a prisión y estos últimos a la diversión. ¿Dónde están los derechos de estos niños a tener una mamá hembra natural y un papá barón natural y amarlos y respetarlos aunque estos no sean de su sangre?
No por casualidad las primeras palabras que salen de sus bocas son: mamá o papá.
En un escrito anterior aclaré que discriminar el acto homosexual no es discriminar a la persona como tal. Se pueden separar ambas cosas si se tiene un sentido profundo del pecado y los perjuicios que este puede causar. Para tener un sentido profundo del pecado no es necesario ser sacerdote ni ministro ni teólogo. Sólo un hombre de fe…como debe serlo un parlamentario o un jefe de Estado al poner su mano sobre la Sagrada Escritura.