martes, 29 de septiembre de 2009

DISÓN EN EL TEMPLO


En los últimos años de este nuevo siglo he podido ver a través de la televisión, criterios y sucesos tan lamentables acerca de la religión católica, que me obligan por la fe que profeso como laico, a exponer mi punto de vista con marcada tendencia apologética a lo que Cristo fundó a partir de su discípulo Pedro.
Las controversias más agudas por las que se pronuncia la mayoría de las personas hoy en día, son por una modificación en el canon católico referente a la práctica del celibato en el clero la que consideran obsoleta, la aceptación del homosexualismo de los fieles como una actitud no pecaminosa. Incluso, consideran que la Iglesia debería aceptar en los seminarios aquellas personas con tendencias homosexuales que deseen ser sacerdotes. Y por último, no faltan voces que alegan que las mujeres tienen el mismo derecho que los hombres a consagrarse como sacerdotisas, de la misma forma que sucede en otras denominaciones religiosas.
-Celibato Clerical.
Remitámonos primeramente a la Sagrada Escritura como prueba testimonial. En el libro de Mateo 4, 18-22 y Lucas 9, 61-62 y 18, 29-30, se evidencia el fuerte atractivo que despierta en los seguidores de Jesús el llamado para que sean testigos de los hechos en la instauración del Reino de los Cielos y que provoca en ellos el desprendimiento de toda atadura familiar, social o de cualquier índole. Seguir a Cristo y mantener la vocación matrimonial, no sólo limita la entrega total al ministerio sacerdotal sino que se corre el riesgo de dedicar tiempo en los deberes de familia que pudieran ser esenciales en el ejercicio pastoral de una comunidad. Es injustificable buscar como referencia o respaldo de argumentos, los momentos negativos que ha habido en el clero católico a lo largo de la historia de más de veinte siglos, en los que algunos consagrados faltaron a la tradición del celibato. Otros en cambio, de hecho la gran mayoría, han seguido fieles a sus consejos evangélicos hasta la muerte, y en casos excepcionales en la historia de la Iglesia, muchos han brillado con luz propia por su ejemplo de santidad y permanecerán eternamente ante la presencia de Dios.
Hace poco tuve la oportunidad de ver en la televisión a un ilustre sacerdote, que viéndose acorralado por un público de detractores del celibato y sumergidos en otras ignorancias relacionadas con la Iglesia, manifestó que esperaba que en el futuro la Santa Sede permitiera que el celibato fuera opcional. A esta afirmación quisiera decirle al respetable padre que el celibato, desde Pedro, siempre ha sido opcional. Cuando el llamado llega a un hombre, este no siente en su corazón la alternativa de ejercer el sacerdocio y contraer matrimonio con una mujer. Si sucediera lo contrario, entonces el llamado no es de carácter católico. La entrega definitiva a la vida religiosa no es en sí, a la manera de ver de los candidatos, un sacrificio. El sacrificio es la abstinencia del disfrute de ciertos placeres con el propósito de conseguir un bien mayor. En cambio la entrega consagrada a Dios es de hecho, un placer inigualable.
-Homosexualidad de fieles, seminaristas y clérigos.
Volvamos a las palabras de la Sagrada Escritura considerando que esta es la piedra angular o la cimiente de toda la religión cristiana. En el Antiguo Testamento se pone de manifiesto en el libro del Génesis 1, 26-27 y 2, 21-24, que desde el primer momento de la creación del ser humano, Dios los bendijo y les dio el mandato divino que fueran unidos el uno para el otro como una sola carne. La creación divina de carne y hueso en el espíritu, encierra con toda evidencia la creación además, de la intencionalidad instintiva del atractivo del ser masculino hacia el femenino y viceversa, por la finalidad indefectible de la procreación necesaria. Por lo tanto, el atractivo sexual entre dos personas del mismo sexo es fruto del trastorno de las partes apetitivas o concupiscencia y de hecho una conducta inmoral.
Pasando por alto los innumerables ejemplos de condena a la homosexualidad en los libros posteriores al Génesis, me detengo en los ejemplos de las cartas de San Pablo a los romanos y a Timoteo: Rom. 1, 26-28 y 1Tim. 1, 8-11.
El paso de los siglos y el correr del libertinaje moral, no son causa suficiente para que la Iglesia deje de considerar estos actos como pecaminosos. Pecaminosos han sido a través de la historia el robo, el crimen, la droga y otros males y por mucho que proliferen en las calles de las ciudades del mundo, nadie le pide a la Iglesia que los deje de considerar como pecados. Estos últimos males son más repudiables por la sociedad porque afectan a terceras personas de manera directa y enlutan a cientos de familias en el mundo. Pero la moral cristiana define con exactitud lo bueno y lo malo y no deja espacio para lo menos bueno o lo menos malo. Interiorizando las citas bíblicas expuestas anteriormente y leyendo los tratados de moral que rigen la Iglesia, nos damos cuenta que la homosexualidad al igual que la mentira, el robo, etc., entra en el campo de los vicios que dañan la integridad moral de quien la padece, al extremo en muchos casos de despreciar la apariencia masculina o femenina (en el caso de las mujeres) con la que fueron concebidos.
Existen falsos criterios que dicen que no se puede despreciar la homosexualidad sin despreciar también al individuo que la padece, pues no se da el objeto del acto homosexual si no se tiene el sujeto como causa suficiente. Pero a esta opinión ligeramente filosófica pero tan escasa de profundidad teológica, se le opone el amor infinito que Dios siente hacia todos los hombres, muy a pesar del camino torcido por el que estos hayan optado gracias a la libertad que el propio Dios nos dio. Por esta razón, la Iglesia considera moralmente condenable la tendencia a los desordenes sexuales de las potencias inferiores y reza por los individuos que se han hecho presa de ellos. Es cierto que la inclinación homosexual en una persona no desaparece por la abstinencia ni mucho menos nace en ella la atracción sexual hacia el sexo contrario, pero con la abstinencia sí desaparece el acto que crea una mente fundamentalista de esa acción y además se purifica y se respeta el cuerpo que no es otra cosa que templo de Dios. El pecado de pensamiento que proviene del apetito concupiscente, es venial si se compara con el acto en sí. No se puede alegar tampoco que el ser homosexual es una actitud normal de la persona, basándose en la convicción de que esa inclinación viene de nacimiento. De nacimiento son también la demencia en algunos casos y las deformaciones congénitas, mas nadie se atreve a decir que son situaciones normales. La conducta homosexual es tan volitiva como puede serlo también la prostitución. Los actos volitivos buenos y el entendimiento como partes integrantes del alma, son superiores a los apetitos provenientes de los sentidos y por lo tanto pueden definitivamente dominarlos con un intenso ejercicio de la virtud de la fortaleza y el corazón siempre abierto al Espíritu Santo. Para amar a estas personas cristianamente y aceptar su convivencia en la sociedad sin ningún desprecio humano, no es necesario ir más allá de los límites e intentar cambiar lo que no se puede cambiar.
La Iglesia, no es una compañía de comercio que necesita adaptarse paulatinamente a las exigencias de los clientes para ganar espacio en el mercado mundial. Es una institución divina creada por Cristo y sucede todo lo contrario; los hombres deben adaptarse a sus mandatos y tradiciones morales pues de otro modo no estarían siguiéndole los pasos a Jesús.
El seminario o la ordenación sacerdotal no deben tomarse como un refugio por aquellos jóvenes con tendencias homosexuales, que prefieren mantener su inclinación en el anonimato y para ello buscan el ingreso en los seminarios a sabiendas que su debilidad, además de pasar esta tendencia inadvertida debido a la renuncia al matrimonio, puede aflorar en momentos críticos y atentar contra la integridad moral de terceras personas como ha sucedido tristemente en muchas ocasiones. Y para evitar estos desenlaces fatales de un hombre consagrado que ofende a Dios con su conducta, la fe de los homosexuales, sea sólida o endeble, no ha de trascender el presbiterio reservado sólo para aquellos hombres que han sido escogidos por Dios y no por obispos, ni siquiera por sus propias voluntades. Si la fe es sólida, el hombre con preferencias homosexuales no intentará burlar la mirada observadora de los clérigos para llegar a ser uno de ellos a través del seminario, ni se apartará de la Iglesia cuando reciba el injusto desprecio de los fieles, incluso de algunos sacerdotes prejuiciados.
-La mujer y su espacio.
Jesucristo, quien fue engendrado en el vientre de la Virgen María, no pensó en acercarse a alguna mujer para elegirla como su discípula. Todos los escogidos por él fueron hombres y los que después de su ascensión se sumaron a la causa también fueron hombres. Es así como se ha mantenido la tradición del sacerdocio masculino en la historia de la Iglesia. Aún más, antes de su arresto la noche de la última cena, Jesús no se reunió con los doce apóstoles y su madre a la que tanto amaba. Tampoco se dice en ningún pasaje del Nuevo Testamento, que una vez ascendido Jesús al Padre, la madre colaborara con los discípulos antes de su asunción, consagrando el pan y el vino que en definitiva eran el cuerpo y la sangre de su hijo muerto en la cruz.
No se concibe que exista alguna mente estrecha que diga que fue una actitud machista de Cristo o que se le fue el detalle de acordarse de las mujeres. Sin embargo, es claro el apoyo de las mujeres de Jerusalén en toda la vida pública del maestro y es manifiesto el respeto y la consideración que Él siempre demostró hacia ellas, incluso con la pecadora María Magdalena la que salvó de morir apedreada.
Con el paso de los años, la Iglesia, tomando en cuenta la gran importancia de la presencia femenina en la tradición católica desde el N.T., comienza a fundar órdenes religiosas de monjas con todas las características del sacerdocio excepto en la bendición del pan y el vino en el rito eucarístico. Hoy en día, son miles las hermanas en todo el mundo que se entregan con los brazos abiertos a la vida consagrada en servicio a la humanidad o en indefinida clausura conventual. Algunos ejemplos palpables de esta entrega son: Santa Rita, Santa Rosa, Santa Teresa de Jesús y en el pasado siglo la cuasi santa Madre Teresa de Calcuta quien su nobleza, humildad e incansable trabajo por los enfermos, la hicieron merecedora de una santidad tan elevada como la tuvo el sumo pontífice Juan Pablo II que en gloria esté. Estos ejemplos demuestran que no es necesario llegar al sacerdocio para tocar los pies de Dios con la santidad. Las mujeres consagradas han sido a través de la historia, el apoyo insustituible de los clérigos tal como lo fue María de nuestro señor Jesucristo.